A pesar de aquella hermosa vista que por primera vez en mi vida veía, no podía dejar de contemplarla. “Y la veía, cómo con sus inocentes ojitos veía aquellos dulces algodones en el cielo…”. Cómo poder dejar desapercibida aquella tierna escena.
Estaba apoyada sobre el mango del auto, dejando descansar su carita rosada sobre sus manitas. Sus ojos brillaban como nunca, ella vivía su propio cuento de hadas. Aunque debo admitirlo, tampoco yo nunca había visto nubes como aquéllas. Me dejaban pensando, me hipnotizaban; intenté sacarles una foto y así guardarlas para siempre, mas no me dejaron más que quedarme con las ganas. No fui capaz de sacar mi cámara, no podía caer en el pecado de dejar de ver aquellas maravillas.
Y con esa misma carita pequeña y rosada, la pequeña me dio unos golpecitos en el brazo para llamarme la atención.
¿Cómo puede flotar ese algodón?
Pues ella había intentado crear su propia nube, sacando del material que teníamos en casa.
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